lunes, 6 de abril de 2009

otros enfoques, otras reflexiones...



“Nuestra civilización ha tomado un tipo de bienestarcomo el deber ser de la vida, fuera del cual no hay salvación.Este objetivo es logrado por el miedo […]. En especial, se tiene horror al fracaso.” (Ernesto Sabato, La resistencia)



"Todos los días me encuentro con jóvenes que se sienten presionados por sus padres para seguir carreras universitarias que —supuestamente— los llevarán, en el futuro, a lograr un aceptable nivel de bienestar. «La prioridad es que estés muy bien económicamente.» Y les cuesta mucho desprenderse de ese mandato paterno, darse cuenta de que en la vida no sólo es valioso estudiar para acumular dinero, que también es importante disfrutar de lo que se hace, realizar una tarea solidaria, etc. «¿Por qué perdés tiempo en eso?», es el reproche reiterado de los padres.


Me da la impresión de que el sistema educativo está cayendo en el mismo error. Los alumnos lo perciben constantemente, conviven día a día con este mensaje: «Nene, lo importante en la vida es llegar a tener una linda casa, un lindo auto, un status elevado dentro de la sociedad y tener dos hijos (no más) para experimentar la linda sensación de ser padres.» . El sentido de la vida se redujo a vivir el instante presente disfrutándolo todo lo posible. Hemos perdido la conciencia de pueblo. Todo se ha reducido al placer fugaz e individual, al bienestar de la vida privada. Para conseguir el bienestar hay que competir, no quedarse afuera de esa loca carrera.
La escuela y la televisión preparan al niño para la competencia, enseñándole a valorar el triunfo sobre sus compañeros, "ser el primero", "ser el mejor". Ésta es hoy la piedra angular de la educación: individualismo y competencia. Y terminamos generando una gran confusión en nuestros niños y adolescentes al pretender formarlos simultáneamente en el bien común y el individualismo, en la solidaridad y el desenfreno, en la búsqueda de éxito y el altruismo. Lo que enseñamos con las palabras en casa o en el aula lo borramos con nuestros actos, y a estas contradicciones los chicos las perciben claramente.


Una ética indolora

Si el bienestar es el objetivo aceptado en nuestra sociedad tendremos como consecuencia
un hombre que vive lo que Guilles Lipovetsky llama "la civilización del bienestar consumista". Estamos educando a nuestros jóvenes en una ética indolora determinada por el yo y su bienestar, en la cual los deberes para con el otro no deben ir más allá de un compromiso
que no llegue a afectar su bienestar. Enseñamos una solidaridad indolora: en tanto ello
no atente y desestabilice mi bienestar individual soy solidario. Enseñamos a asumir deberes
que mantengan inmóviles los nuevos imperativos del bienestar: salud, juventud, esbeltez, satisfacción, velocidad, poder, dinero. El sufrimiento que hay a mi alrededor nunca
debe invadir la privacidad individualista en la que vivo. Nuestros jóvenes se emocionan frente al dolor, la pobreza, la corrupción y el racismo, por ejemplo. Pero estas emociones permanecen distantes de todo compromiso real con la situación del otro. Huimos del deber y la tarea de modificar la realidad.


Por otra parte, la escuela hoy le trasmite al alumno un saber éticamente descomprometido, basado en el modelo de la neutralidad científica. Pareciera que la práctica de una profesión no tiene nada que ver con la ética. La educación que brindamos padece de una terrible desconexión entre lo que se sabe y los efectos que produce ese saber. En pocas palabras, educamos ciudadanos inconscientes del poder que les otorga el saber.


¿De qué nos sirve otorgar a nuestros alumnos todo el poder de la información si sus vidas carecen de un sentido auténtico, si yacen en la tumba del absurdo? Victor Frankl trae un mensaje urgente para nuestro mundo contemporáneo... Una educación que no lleve al encuentro de un profundo y comprometedor sentido de la vida, estará faltando a una necesidad fundamental del ser humano.


Si algo nos diferencia de un vegetal o un animal es nuestra necesidad de —y nuestra capacidad para— encontrar el sentido de nuestra existencia. “Lo que se le pide al hombre no es, como predican muchos filósofos existencialistas, que soporte la insensatez de la vida, sino más bien que asuma racionalmente su propia capacidad para aprehender toda la sensatez incondicional de esta vida.” (Frankl)



No hay comentarios: