lunes, 6 de abril de 2009

LO TERAPEÚTICO DEL TEATRO II



¿Y si por un momento me intereso de verdad en creerme enamorado, y lo vivo hoy, en esta escena, con la fragilidad y el riesgo que nunca me he permitido vivir? ¿Y si saco esa fuerza
de guerrero que hay dentro de mí, y que me acostumbré a reprimir? ¿Y si fuera alguien, que puede volver a estar en intimidad con sus pensamientos, sin avergonzarse de ellos, y actuando como poeta, sonorizo esas palabras silenciadas?

¡¿Qué tal si realmente me intereso en sacarle el polvo a mi aventurero?¡

Vivir una de esas acciones a sabiendas que estás actuando es una buena manera de entretenerte, de relacionarte con el otro y como adulto utilizando objetos reales ó imaginarios explorar mundos mientras juegas.
En terapia uno va a las sesiones con la necesidad de ver y el deseo de aprender, reconociéndose cansado de sí, del otro, del mundo ó de Dios, sea este último representado en lo que uno crea. Necesitas entender, ver, reconocerte….no a través de la ficción del juego teatral, sino a través
de la ficción que es la vida real.

Es un interés común, el participar en esa obra -que es la vida-, con una buena caja de herramientas, para que puedas y, con el tiempo, aprendas a moldear artesanalmente viejas piezas, ó construir piezas nuevas - que, en nuestro caso, serán los comportamientos ó vivencias-. Así podemos convenir que, en el teatro y en la terapia, hay un movimiento de la conciencia.

La capacidad de darte cuenta de que, lo que sientes, piensas e imaginas, se abre como un abanico, desplegando un arco iris de posibilidades, que tú personaje cotidiano, ego,
tal vez ni sueñe.


Peter Brook extrajo estas palabras de un cuento sufí:
“…para poder ver otro aspecto de la realidad: su posibilidad de imitarse a sí misma…Dios inventó el teatro. El teatro será el lugar dónde los hombres aprenderán a entender los sagrados misterios del Universo…”


Un personaje al principio es letra sobre papel, ó imágenes en la cabeza del lector, que, a menudo, hablan de su vida; y no tanto de lo que el autor quiere contar.
Uno de los misterios del Universo, tal vez tenga que ver, con entregarse a lo que no existe,

es decir, al personaje. Y el actor colabora a que lo invisible se haga visible, poniéndose al servicio de lo que otro ha escrito y que por ser de la misma especie entiende, ó quiere entender.

Deja de ser y hacer lo que sabe y se dispone a adoptar la forma que el autor inspirándose en sí mismo y seguramente en alguien más, ha creado. A su vez el actor creará el personaje imitando
a otros y su “criatura” existirá mientras trabaje, para luego poder volver a su propio personaje cotidiano.
Así empieza una cadena en la que todo es de todos y la base es recuperar el placer que hemos vivido con los juegos y ser parte de la gran realidad.

Un actor es su propia herramienta de trabajo. Siendo su vida y su ser, en el más amplio sentido de la palabra, lo que aporta para actuar. Para el autor su herramienta de trabajo es la escritura, y claro está: su experiencia, su imaginación y el arte de saber escribir.
La situación que te plantea el personaje, casi seguro que no la has tenido en tu vida, ya que el lenguaje teatral dista mucho del lenguaje de lo cotidiano. El lenguaje dramático lleva el conflicto que se produce en una situación hasta su extremo, mientras que en la vida real, uno quiere vivir con cuantos menos conflictos mejor.

Uno cree que lo que vive es sólo patrimonio exclusivo, y sin embargo, al ofrecerlo como actor,
escribirlo como autor, lo convierte en patrimonio de la Humanidad. El teatro posee el misterio de convertir en universal, lo que de personal aporta el actor , lo que el autor inspirado en su vida y en la de otros, ha escrito y que el espectador entiende por su propia cosecha e imaginación.
El actor, el personaje y el espectador se juntan en una misma persona y experiencia:
¡Qué misterioso!

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