lunes, 26 de enero de 2009

Un poco de soliloquio: de lo emocional


La práctica de la psicoterapia es, por definición, ocasión de colocarse frente a toda la gama de las emociones humanas. El profesional afronta a diario secuencias de confusión, de ira, de desesperación, de falsa tranquilidad, de desconfianza, de reto. En razón de esta exigencia, al estudio de la carrera de Psicología se añade a menudo una formación específica para habilitarse para tales situaciones.

El SAT nació en origen para cubrir tal necesidad. Posteriormente profesionales de otras áreas íntimamente conectadas con el contacto entre personas –sanitarios, asistentes sociales y muy especialmente educadores- acudieron a estos programas y mostraron su satisfacción a la hora de enriquecer sus quehaceres profesionales. De la conjunción entre la satisfacción de los asistentes profesores y una reflexión sobre el papel de la educación en este mundo en crisis nació el Programa SAT para educadores.

No hay una sola decisión razonable que no esté dirigida por la emoción” dice E. Punset.



La importancia de la gestión de las emociones en el día a día se puede entender por lo que trae consigo el no gestionarlas. Las emociones son una importantísima arte del acontecer personal, pero una parte desconocida por desatendida. Así, no existe acuerdo unánime en qué es una emoción, ni en cuales son esas emociones. Suelen caracterizarse como “positivas” y “negativas”, desde posturas normativas, y se alienta a expresar las “positivas” y a reprimir las “negativas”, cuando unas y otras son informaciones precisas de nuestras motivaciones y nuestras disposiciones, y por su naturaleza cambian fluidamente con el tiempo.

Ignorar lo emocional en la comunicación lleva a atascos continuos. ¿Cómo se ignora lo emocional? Suponiendo que es lo racional. Podemos ignorar, yo o mi interlocutor, un enojo, o una desconfianza, o un temor: entonces, tomaremos nuestras palabras –guiadas por esas emociones- por razonables, y nuestros ataques por defensas, y nuestra negativa por dignidad, y desharemos cualquier, cualquier intento del otro por hacernos ver su punto de vista, especialmente los más débiles que provocarán mi regocijo, o los más potentes, que despertarán mi caja de los truenos. O podemos ignorar la atracción que sentimos por algo y justificar cualquier cosa que diga; y todo ello ignorando algo que, efectivamente nos está sucediendo.

En consulta, en clase, pelear a ver quien tiene la razón con otro, lleva siempre a dos posibles destinos: al enfrentamiento abierto o, si las fuerzas están muy desequilibradas, a la humillación y el rencor. Razonar con quien ya ha tomado partido emocional y lo ignora lleva a esos andurriales. Y lo mismo sucede si el enseñante es quien está ignorando su propio apasionamiento. A menudo, en consulta, educadores nos preguntan cómo enfrentar en su día a día rebeldía, o desinterés, y la respuesta ha de pasar por ayudarles a entender cual sea su parte en esa incomunicación.

Las emociones no son nuestro único principio rector, y podemos encauzar sus energías.
No es posible llegar a conocernos sin conocerlas en nosotros. Al conocerlas, podemos ver nuestros temores tanto como nuestros entusiasmos; ver su persistencia, cómo saltan las mismas ante iguales estímulos. Podemos aprender a ver que los demás hacen lo mismo que vamos descubriendo en nosotros. Cuando aprendemos a ver cómo actuamos, comprendemos a los otros, y terminamos por abordar los problemas por lugares inexplorados.

Y solo quien llega a conocerse alcanza una autoestima estable, basada en conocer bien las capacidades y las limitaciones. Responsabilidad es la libre aceptación de las consecuencias de nuestros actos, en el éxito y en el error. Cada persona, cuando se responsabiliza, se convierte en su propio líder.

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