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El segundo es un libro aparecido en catalán, L’escola contra el món sobre el tema de la educación que por su impacto previsiblemente se traducirá pronto al castellano. Un libro arropado por los mass media, con cartas de presentación a los institutos y que se presenta como la clave del diagnóstico y el remedio para la negativa situación de la enseñanza secundaria en Cataluña . Su autor, Gregorio Luri, profesor de filosofía que con 52 años está jubilado anticipadamente por problemas de salud.
El libro tiene dos cosas importantes a su favor. La primera es que está bien escrito por una persona inteligente que conoce bien el tema por experiencia y por una sólida información.. La segunda es que quiere reflexionar sobre el tema desde el sentido común, lo cual es importante en un país en que el tema de la educación demasiado ideologizado y que la batalla entre las autoridades académicas y los sindicatos de la enseñanza nos impiden ver las cosas con sentido crítico y objetividad.
Pero la defensa del sentido común hay que hacerla con reservas porque si bien hemos de huir de las teorías que, como la althusseriana hacen coincidir el sentido común con la ideología dominante, también hemos de hacerlo con aquellas que lo identifican con la razón crítica. Porque si bien hay una razón común que surge de la conexión entre lógica y experiencia ( en contra del dogma positivista que pretende separarlos) también es cierto que esta razón común está muy mediatizada por la ideología. Potrque hay aquí ideología y ésta ideología es la comunitarista más conservadora Y esta perspectiva comunitarista de tipo esencialista ( que coincide con el nacionalismo catalán más conservador) es la que esta implícita en el libro y desde la cual se critica el relativismo y el multiculturalismo desde la defensa de la propia identidad cultural y de sus símbolos como elementos centrales de la ciudadanía. Esto hace que muchos de los que criticamos el relativismo y el multiculturalismo desde una tradición democrática radical no podamos aceptar el tipo de argumentos que presenta el autor, que por otra parte desarrolla de manera muy superficial. También que en su crítica al mercado y al consumismo ni mencione la base estructural de esta lógica, que no es otra que la del tardocapitalismo globalizador.
En el tema específicamente Luri va analizando cuestiones con razones sólidas pero nos conducen muchas veces, sin que casi nos enteremos, al huerto. A partir de una crítica de la burocratización de muchos profesores-funcionarios o de la supuesta ideología de la escuela pública en sus inicios nos introduce la defensa de los centros concertados sin discutir los argumentos actuales que la cuestionan. Incluso a nivel más anecdótico, pero significativo, no podemos de dejar de sorprendernos ante su defensa del padre marroquí islámico que prefiere llevar a sus hijos a los escolapios antes que al centro público del barrio porque en él hay muchos pakistanís ( sic).
Pero la cuestión clave a considerar es el tema central, que es el diagnóstico que Luri formula y la solución que nos plantea. Me parecen acertadas sus críticas a las teorías psicopedagógicas que han dominado en nuestro país y que son, en parte, responsables del relativo desastre actual de la enseñanza pública. Pero es igualmente cierto que muchas críticas de la pedagogía renovadora a la enseñanza tradicional pueden ser recogidas en un planteamiento integrador. También comparto su defensa de los valores del esfuerzo y de la responsabilidad y la necesidad de recuperar la autoridad del profesor pero el problema es saber cómo articulamos hoy en una sociedad como la nuestra en la que los hábitos sociales, la familia y los adolescentes no son lo que eran hace veinte años. Aquí es donde hay que buscar alternativas y me parece que por su parte no hay propuestas novedosas. Tampoco me parece adecuado que bajo el argumento de que los resultados educativos no dependen exclusivamente de los recursos económicos, lo cual es cierto, no entra en el tema de las deficiencias de infraestructuras, material y profesorado que tienen la mayoría de centros públicos en nuestro país. Igualmente evita entrar directamente en un tema fundamental que es cómo se plantea la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años, que es una de las cuestiones más difíciles y que necesitan nuevas ideas si queremos salir del callejón sin salida actual.
Finalmente habría que hacer una última reflexión. Luri acusa a los profesores de que teniendo unas buenas condiciones de trabajo caemos en el victimismo y en el pesimismo. No diré que no tenga parte de razón pero me parece que en general somos un colectivo al que se ha maltratado sistemáticamente desde la Administración ( ignorando nuestra opinión desde la experiencia ) y que se ha desconsiderado bastante socialmente. Aquí no me refiero a las condiciones de trabajo, que a mí también me parecen muy aceptables pero que hay que recordar que han sido producto de largas luchas de los trabajadores de la enseñanza. Hace años oí en una asamblea de profesores algo que sí es de sentido común. Decía un viejo profesor que a él le gustaba enseñar y que lo que había visto es que los que se había promocionado eran los compañeros a los que no les gustaba su trabajo. Inspectores, asesores, liberados sindicales que han huido del trabajo en el aula porque no los soportaban son los que nos dice lo hay que hacer o los que pretenden representarnos. En este libro, también Gregorio Luri, jubilado a los 53 años ( por razones de salud que no dudo en considerar justificadas) nos dice que nuestro deber moral es el optimismo. La mayoría de profesores de los centros públicos de este país superamos esta edad y la mayoría luchamos cotidianamente por la defensa de una educación de calidad para todos. Pienso que la mayoría de los que seguimos al pie del cañón necesitamos autocrítica pero ya asumimos, con creces, este “incuestionable deber moral” del que nos habla Luri.
domingo, 10 de abril de 2011
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