sábado, 29 de enero de 2011

La Locura Lo Cura, 1. Guillermo Borja y su libro en La Llave.

 Guillermo Borja nació en Irapuato el año 1951 y falleció en Tepotzlan en 1995. Poco después de su muerte apareció su libro "La locura lo cura", una recopilación de sus enseñanzas, azuzado por el Dr. josé Aznar, 2transcrito por un psicótico sin puntuación ni ortografía, corregido por Felipe Agudelo, coordinado por su compadre Cheriff Chalakani y prologado por su maestro Claudio Naranjo. Quince años después aparece esta quinta reedición que, por sus características -revisión de los textos, nuevo prólogo- supone una auténtica segunda edición.

La vida de Guillermo Borja fué breve; tan intensa, eso sí, como breve. Y su final se produjo desde la cima de su madurez.

Solo sus íntimos están al tanto de los detalles de sus primeros años. Cuando llegó a España por primera vez era ya un coyote desdentado, como a él le gustaba decir. Había trabajado junto a Salvador Roquet, frecuentado a Panchita y Maria Sabina, viajado a Viena... Operaba como psicoterapeuta en México. Su orientación vocacional era el psicoanálisis; claro que era un psicoanálisis al galope, entreverado de sabiduria huichol, y de cultos afrobrasileños, pero para él, lo que importaba era la seriedad con la que el enfoque de Freud señalaba hacia las raices ocultadas de los conflictos humanos. La Psicología profunda era su meta y la meta de su enseñanza.

Llegó a España allá por 1984, formando parte del equipo de Claudio Naranjo. Los tiempos propiciaban entonces actitudes de entrega sin resquicios, y él encontró las puertas bien abiertas. El caso es un nutrido grupo de buscadores que quienes por entonces se reunían en la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo (SEPTG) y en la Asociación Española de Terapia Gestalt se convirtieron en sus camaradas, y quienes asistíamos como pacientes o aprendices de aquellos pioneros pasamos a ser también pacientes y aprendices de Borja. Visitó las ciudades, impartió talleres y conquistó corazones por allí por donde pasó.

Era una persona de características inéditas. Todo él estaba en la frontera de lo excesivo. Se colocaba a una distancia interpersonal tan corta -con sus colegas, con los pacientes, con la gente de la calle, - que cualquiera podía ver sus errores y sus virtudes sin el menor disimulo. Llegaba a un taller, se presentaba y empezaba a pedir -una PepsiCola, por ejemplo- y a dar,  -plena atención a cada uno- y en ese intercambio conocía y se daba a conocer. Ya estaba trabajando.

En su día la Asociación Españolas de Terapias Gestalt  puso en sus manos la moderación de asuntos internos de la mayor complejidad, y le dedicó un número de su revista anual; pero al principio, Memo desdeñaba el considerarse gestaltista -igual que desdeñaba ser considerado un terapeuta corporalista-. Recuerdo haber hablado de eso con él a raiz de haberle presentado como Terapeuta Gestalt. ¡”Yo no soy eso!, ¿por qué dice usted que soy tal cosa?” “... bueno, sigo lo que dice Claudio Naranjo: la práctica de la Terapia Gestalt es, ni más ni menos, que apoyar lo genuino y frustrar lo neurótico; y el gestaltista hace eso con plena transparencia, en el presente.” “...Bueno, visto así, acepto... ¡soy gestaltista!”.

Apenas recuerdo qué hacíamos en aquellos talleres. No soy el único: el doctor Miguel Angel Velasco, que en el epílogo cuenta sus experiencias en el penal de Almoloya, dice así: " En más de una ocasión quise aprender con él de la manera a la que yo estaba acostumbrado; obviamente, ya no se podía, no había necesidad de ello. Bastaba con estar y observarlo: él mismo era la enseñanza. La enseñanza y la Formación, para mi. Me di cuenta con esto de que uno mismo bastaba qpara que los demás tuvieran un cambio, y que para esto el compromiso emocional es necesario. No podía estar afuera. Como él dice, "hay que mojarse el culo"..

También para mí su enseñanza era indisolublede su presencia. Memo no daba ninguna cancha a la hipocresía, se disfrazara de lo que se disfrazase. Destapaba la hipocresía, la perseguía, perseguía la mentira, la seducción, la queja manipulativa. Por el contrario, jamás se burló de ningún defecto de nadie. Ignorancia, tosquedad, deseo, rebeldía, no eran, para él, el problema. Nos instaba al máximo respeto: "¿pero quienes se han creído ustedes que son para mirar desde un pedestal a nadie? ¿Le parece que hablemos de las cositas de ustedes antes de cotorrear del prójimo"?...

A Memo le dolía profundísimamente el sufrimiento estéril. “¡Cuanto menos daño se hacen ustedes pegándose una buena bofetada que llamándose incapaces!”, nos decía. Para Memo la vida había que sacramentarla, y el sufrimiento era lo contrario de un sacramento: es un erial donde solo crecen ideas repetidas, autoreferidas, que se reduplican a sí mismas en incesantes círculos viciosos. El placer sí que era un verdadero sacramento de vida, así que mucho de su trabajo terapeútico transcurría en bares y terrazas, escuchando música, apreciando comida y bebida, la brisa, un buen chiste. El dolor auténtico, el que responde a las tragedias de la vida era también un sacramento, y si era necesario, Borja levantaba una cerca de seguridad alrededor del doliente para que nadie interrumpiese aquel dolor. “Acompañar a sus clientes al dolor, al placer y a la rabia es lo que hará de ustedes psicoterapeutas”

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