viernes, 2 de abril de 2010

¿Traduttore =Tradittore? una pregunta en voz alta...

Acerca de la propuesta de traducir nuestras formulaciones a un lenguaje pedagógico.

Hace poco me dio Anna Vera la noticia de que algunas personas que están asistiendo al nuevo curso intitulado “Abrir el corazón” (que ella me propuso diseñar poco tiempo atrás) están traduciendo lo que allí se propone a un lenguaje pedagógico. La propuesta parecería lógica, práctica y coherente con el precepto mahometano de “hablarle a cada uno en su lenguaje”.
No he visto aún los resultados, que sinceramente me interesarán, pero aún antes de ello quiero aprovechar la ocasión de comentar que el tema de “traducir nuestro lenguaje al burocratés” es uno que hace mucho tempo vengo sintiendo necesario hacer explícito.

Para comenzar, pregunto: ¿será tan válido como parece este intento cuando la práctica pedagógica del mundo occidental contemporáneo encarna (a pesar de algunos grandes educadores) una cultura limitada y limitante?
Parecería que el lenguaje pedagógico que describe tal práctica pedagógica constituye un léxico poco apropiado para describir el tipo de cosas que nos interesa llevar a la educación porque la actual práctica educativa no las incluye, justamente para así ampliar sus horizontes.

Pongamos por ejemplo el tema de amor. Demás está decir que “amor” no es un término que esté incluido en el léxico pedagógico contemporáneo. Apenas aparece, además, en el vocabulario científico. En vista de ello, se supone que cuando pretendemos que se deba educar a las personas para que “desarrollen una mayor capacidad de amar”, deberíamos procurar traducir la palabra “amar” en este enunciado a algún término que sí esté en circulación en el lenguaje académico-burocrático.

En verdad, es hasta cierto punto posible lograrlo, hablando, por ejemplo de altruismo, de solidaridad, empatía, etc. Y también es cierto que conviene no abusar de palabras demasiado utilizadas en el pasado en el contexto de una ideología religiosa. Pero cuando la palabra más apropiada para un aspecto tan importante de la vida humana como el amor se vuelve un verdadero tabú, y se pide traducir “amor” a un “lenguaje pedagógico”--¿no debemos reconocer en ello un síntoma de cierta ceguera?

O consideremos el caso de la palabra “espiritual”. Un sociólogo francés me decía un par de años atrás que debería eliminar yo esta palabras de mis escritos, ya que no está bien vista en los ambientes académicos. Y no pongo en duda de que no está bien vista en el mundo académico francés, donde “esprit” ha venido a significar, ya una modalidad particularmente francesa del humor, o un término vago y de contenido discutible que es parte del léxico dogmático y “sectario” de las religiones. Pero no sólo las religiones son espirituales, sino las artes, y muchísimas personas que no se consideran religiosas; y la espiritualidad más valida seguramente es aquella que no se afirma en creencias.

Y es que hay muchas cosas que, vistas desde fuera como ideologías discutibles, son en el contexto de las escuelas o prácticas espirituales algo comparable a la propuesta que se le hace a las personas de mirar las cosas de tal o cual manera para así acceder a ciertas experiencias. Algo como: “mira desde este ángulo y verás cómo puedes atravesar este obstáculo” O: “considéralo de esta manera y verás como se te abren ciertas puertas”.
Idries Shah proponía el concepto de “concepción constructiva”, y como ejemplo de ello podría servir un pasaje del famoso cuento sufi de Mushkil Gusha en el que un leñador, en un momento de gran necesidad, escuchó un día en el bosque una voz que le ordenó cerrar los ojos, e, imaginando ante si una escala, asceder por ella. Así lo hizo y de esta manera el pobre leñador pudo llegar a un mundo mágico en el cual encontró un tesoro que pudo traer de vuelta a su casa, convirtiéndose en el hombre mas rico del país.

“Dios” es solo una entre las varias palabras posibles para describir una actitud ante el mundo que reconoce una dimensión misteriosa detrás la realidad aparente, y que reconoce, también, que cuando se adoptan ciertos “pensamientos mágicos” se puede acceder a través de ello a ciertas experiencias, capacidades y incluso oportunidades especiales. Todo ello podría a su vez compararse a cómo funcionan en las matemáticas los números imaginarios: no pertenecen “al mundo” como los número positivos o negativos, pero con ellos se pueden realizar cálculos extraordinarios y comprender el mundo de mejor manera.

Pero me he alejado tal vez demasiado de la propuesta de que se traduzca el vocabulario que hasta ahora vengo usando (en vista de su particular efectividad para describir y cultivar un proceso de transformación)
al vocabulario pedagógico en boga. Ciertamente seria diplomático hacerlo, y pudiera servir para interesar en lo “transformacional” a quienes hasta ahora sólo se interesan en lo “pedagógico”. ¿Pero a qué costo?

Lo veo como un “caballo de Troya”; es decir, algo que les haga sentir a las autoridades del mundo educacional que, al parecernos a ellos en tal lenguaje, somos personas válidas, y tal vez que estamos suficientemente de acuerdo con ellas como para que no deban preocuparse de que les vayamos a “revolver el gallinero” (como decimos en Chile).

Pero por cierto que sea eso de hablarle a cada uno según su lenguaje, una cosa es traducir del sánscrito al tibetano y otra muy diferente traducir de un lenguaje “dharmico” al burocratés; pues no es cierto que un lenguaje apropiado a la realidad del mundo interior y al proceso de su transformación sea traducible al lenguaje empobrecido de la práctica pedagógica; y tomarse demasiado en serio tal propósito llevaría inevitablemente a distraernos de lo que tenemos que decir, además de olvidar la importancia que deberíamos también darle a la transmisión de una serie de conceptos y experiencias que fácilmente podrían ser desvirtuados por el empeño de asimilarlos a una terminogía inadecuada.

Me parece que debemos procurar, en lo posible, hablarles a los educadores en términos comprensibles, pero sin perder de vista la necesidad de enseñarles el lenguaje que les falta, pues la limitación del lenguaje perpetúa la ceguera, y no sólo la educación peca de ignorancia respecto al mundo interior de las personas, sino que tal ignorancia es propia de la cultura en que vivimos, que la educación sólo se ocupa en reproducir.


Claudio Naranjo, Abril 2010

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cómo hablar de amor dónde no hay amor?
Hablando de lo que hay.
Es decir, de su CARENCIA y de cómo ésta perjudica a la Educación en el amor.
Me parece con un lenguaje que predominen más las imagenes (más abierto al inconsciente -no sólo personal sino también colectivo-). Algo así como el Charles Chaplin con TIEMPOS MODERNOS que tanta luz dió al ANIMAL DE LA PRODUCTIVIDAD; aunque puesto al día, con relación a las dificultades que se experimentas/encuentran los profesores que llevan un trabajo transformacional con esa máquina, esa burocrácia, como viven esa caída los angelitos niños..
Cómo una obra de teatro, de cine, de documental... que alterne el sentido del humor (el poderse reir de lo vendido del alma al diablo) con toques de trágico (de la tragedia de todo eso).
¿O acaso no se empieza en el SAT por trabajar la pasión para poder acercarnos a la virtud? ¿Porque tendríamos que acercarnos a lo pedagógico desde primero la virtud (como el amor) y no desde sus pasiones?

Unknown dijo...

Querido Claudio;
Soy uno de los observadores del citado curso, y estoy muy sorprendido por tu reacción a una de las propuestas surgidas de la reunión de valoración del curso, ya que es muy similar a la expresada por algunos de los terapeutas que allí se dieron cita, a mi humilde entender desproporcionada y dura-condescendiente. Ciertamente la expresión “adaptar al lenguaje pedagógico” fue desafortunada por imprecisa o inadecuada, y sorprendentemente cubrió de una espesa niebla dicha reunión y no dejo a los asistentes ver mas allá de un palmo de nuestras respectivas narices, ante la amenaza de peligro se esta produciendo un despliegue de paños y vendas desproporcionado, ya que la herida no se produjo.
Lo que se intentaba decir o mejor dicho lo que yo intentaba decir (vamos hablar en primera persona) es que podía ser útil para los asistentes, educadores en este caso adaptar los contenidos del curso a la practica en el aula para facilitar la comprensión y la identificación con los términos, que como bien dices pueden resultar extraños o poco habituales en su practica diaria.
Aprovechado el ejemplo del Amor, no se trata de traducir al “Burocratés” la palabra, sino de ponerla en un contexto especifico que en este caso es el del aula.
El “Gestaltés” puede ser fácilmente integrado, aplicado y entendible si lo contextualizamos.
¿que problema hay en hablar-trabajar del Amor en el aula o en el centro escolar? ¿que problema tenemos con la flexibilidad? No hay que romper nada, simplemente es adaptarnos al contexto en el que queremos ser escuchados y entendidos.
Instalados en nuestra casa con todos nuestros enseres y las comodidades que nos hemos creado nos sentimos muy a gusto y es ideal que el alumno o el buscador venga a visitarnos para aprender, es lo ideal sobretodo para nosotros. Pero nos podemos encontrar con Mahoma y la montaña, y la montaña y Mahoma, y aquí hay que decidir moverse, que no cambiar, meter toda la sabiduría en un hatillo e ir en busca del aprendiz allí donde se encuentre, y si es alfarero enseñarle Amar el barro las vasijas y los botijos, que es de lo que entiende y lo que necesita Amar en primera instancia y confiemos en que desde ahí el solito sera capaz de Amar también a sus vecinos a sus hijos a su familia y a todo lo que le rodea, porque estoy convencido de que cuando la luz del Amor entra en nuestra casa ya no hay quien la oscurezca. Que mas da por que ventana entre.
Resumiendo: El Amor es el Amor y estoy de acuerdo con que no se tiene que ir con eufemismos y esta genial llamar a las cosas por su nombre, simplemente vallamos a la escuela con todo nuestro amor.

Que la niebla, ay! La niebla, no nos ciegue, aprovechemos la para hidratarnos cuales juncos a la vera del río para poder ser mecidos y no quebrarnos por el viento que la escampe, y así poder disfrutar bailando a la luz del sol.

Ricard Bermúdez, Abril 2010

Anónimo dijo...

Apreciado Claudio,


Quiero aprovechar la oportunidad que me brindas en tu articulo "traduttore=tradittore" para expresarte qué es lo que significa para mí, así como para aquellos docentes con los que lo he comentado, el lenguaje pedagógico.


Por supuesto, creo que actualmente la mayoría de educadores estamos de acuerdo en diferenciar el lenguaje administrativo del propiamente pedagógico. En efecto, para casi todos nosotros, el burocratés (término que encuentro muy acertado) es un lenguaje muy poco apto para transmitir conocimientos y vivenciar, y sirve efectivamente a una estructura social que va más bien en contra que a favor de nuestra vocación.


Pero el lenguaje pedagógico, tal como lo entendemos propiamente, va mucho más lejos, y nos viene de una tradición muy larga, aunque tristemente casi nunca ha sido recogida por las instituciones. Ya Platón, en el Fedro, diálogo que algunos han leído como un manifiesto del filósofo acerca de la educación, exponía como tesis principal que no es posible la educación sin la transmisión amorosa entre maestro y discípulo (máxime en su invectiva contra la palabra escrita). Ejemplos más recientes y prácticos de este enfoque los encontramos en excelentes pedagogos como Rosa Sensat, Montessori, Ferrer i Guàrdia, y muchas más personas que han visto la necesidad de acercarse al alumno no desde la instrucción sino desde el corazón.


Es aquí donde creo relevante poner de relieve una distinción fundamental para todo pedagogo: la que existe entre la instrucción y la educación.


La instrucción está relacionada con la educación, pero no son lo mismo. La instrucción está relacionada con el pensamiento y la educación está relacionada con los sentimientos. La instrucción se relaciona con los conocimientos y habilidades. La educación se relaciona con los valores y actitudes.

Para lograr ambas cosas el docente debe conocer bien a sus estudiantes, debe dominar bien lo que el alumno sabe, lo que sabe hacer, cómo es, cómo piensa, cómo siente y sobre todo, lo que puede hacer, ya sea por sí mismo o con ayuda...


Este es por supuesto un poco el “lenguaje pedagógico” usado por la administración, pero como bien dices, el cambio debe ocurrir en los propios docentes. Si ellos no se transforman, ciertamente no es desde el lenguaje que ocurrirá algún cambio.


En cierto modo, por “el lenguaje pedagógico” como tal, se puede entender una jerga que los profesionales de la educación utilizan para referirse a conceptos específicamente de pedagogía, como estrategias, didáctica, evaluación, exámenes, secuencias, tareas... y que es el utilizado para dar forma a lo que las administraciones educativas han determinado para al curriculum escolar.

Anónimo dijo...

(continúa II)

Pongo algunos ejemplos mas de este lenguaje que podemos encontrar en las administraciones educativas: se define al docente como el que debe educar, mas que instruir, no son solo impartidores de asignaturas, sino ante todo, formadores de personas.; la educación integral es la mas importante...


Pero volviendo al tema que me ocupa, quiero subrayar que en mi opinión el lenguaje de las emociones, los sentimientos, la conciencia,... no forma parte exclusivamente del mundo de la psicoterapia, ni exclusivamente del de la educación, sino que está imbricado con la experiencia humana, que está en evolución continua, y lo está cada vez de forma más visible.


Cada día se me va haciendo más patente la distancia que existe entre el mundo de la terapia y del educativo, y de cómo esta juega en contra de sus afinidades naturales y del objetivo que, en mi opinión, muchos de nosotros queremos alcanzar. Es la misma distancia que puede llevar a un educador bien formado a considerar que todos los psicoterapeutas son como un psicólogo clínico que dedica quince minutos a una persona maltratada en un servicio de urgencias, y que a parte de la carrera universitaria nunca ha vivido un proceso de transformación auténtico.


Es necesario acercar ambos mundos, porque la vivencia subyacente es la misma.


Conceptos como “Amor” y “Espiritualidad” están tan unidos al mundo educativo como lo están al terapéutico, porque forman parte de la misma vivencia, sólo que tanto terapeutas como pedagogos, según su propia trayectoria, tendrán más o menos éxito en transmitirlos a los demás. Vale decir que el terapeuta sí puede ayudar al educador a vivenciar todo aquello que transmite en su práctica educativa.


Es en este sentido que creo que un pedagogo está ya dotado del lenguaje necesario para poder transmitir su conciencia a sus alumnos. Es sólo que a menudo le falta una vivencia real de un lugar distinto desde el cual transmitirla, y que es aquí precisamente, en hacer hincapié en la vivencia, donde la transformación de la educación es posible.


Difícil tarea es dar formación para reconocernos como seres humanos, personas, ser persona y el amor forma parte de este lenguaje cuando se habla de las capacidades de amar concretadas en saber escuchar, comprender, compartir, admirar, respetar, expresar, sentir... ¿A quien? A los alumnos, a los padres, a los compañeros...


Por ello puede ser posible acercarse al educador, dando significado a su práctica educativa con el propio lenguaje del destinatario, y darle la posibilidad de que conozca una nueva dimensión de ella, como por ejemplo el mundo interior y la transformación.

Anónimo dijo...

(tercer parte)

Pero para no alejarme de lo que significa vocabulario pedagógico, retorno a la actual práctica educativa en la que enseñar significa comprometerse a mejorar la vida de los demás. Es ante todo una cuestión de amor. Es llegar al corazón, comprender e interesarse en el alumno como persona. Es hacer que aquello que es difícil parezca fácil. Y si el docente no es persona, porque nunca se ha sentido conducido ni se le ha enseñado a acceder a su mundo interior amándose a si mismo, difícilmente lo hará en su mundo laboral. Es por ello que tal vez tomando esas situaciones que cada día afronta con el alumno, como base de partida a sentirse, mirarse, pensarse..., el educador puede tener la oportunidad de redescubrir su vida y así mejorar su contacto con los demás.


Muchos docentes se acercan a la formación como lugar donde recibir conocimientos científicos, didácticos, curriculares... y me parece bueno que se encuentren con una formación llevada a cabo en un lenguaje comprensible y contextualizado con su práctica pedagógica, que les ayude a abrirse a un mundo interior y a un proceso de transformación personal, a veces inconcebible para ellos, pero cada vez más claramente necesario.


Y no cabe duda que este proceso de transformación se inicia en cursos de formación especializados en crecimiento personal, auto-conocimiento..., que como tales tienen sus propios conceptos y experiencias expresados en el lenguaje propio de la transformación. Este lenguaje, ellos, lo podrán acercar después a su practica diaria.


Pero una cosa es contextualizar lo que queremos transmitir, adaptándolo a la realidad cotidiana propia del profesor (su día a día en el aula, en el claustro, a los vínculos afectivos que éste pueda crear con sus alumnos, con los compañeros de trabajo, con los padres...) y otra muy distinta es entender que esto equivale a usar un lenguaje distinto, porque las ideas que terapeutas y educadores usamos surgen fundamentalmente de una misma realidad humana.


Para acercarse al mundo de la educación, es fundamental conocerlo y apreciarlo en su medida justa. Igualmente, para acercarse al mundo terapéutico, es necesario también apreciarlo y conocer su potencial. De esta forma, acercando el educador al terapeuta, y el terapeuta al educador, se da un punto de encuentro que redunda en beneficio de todos.

A.V.C.

Anónimo dijo...

Saludos,

Empiezo a escribir este texto con decepción (y miedo, también). Tengo relación directa con las personas que han organizado y observado este curso de “Educar per obrir el cor” y soy profesora de secundaria.

He visto la valoración del curso por parte de los asistentes y me ha llegado la sensación de apertura y de entrega al aprendizaje y al autoconocimiento. Por otro lado he visto el abandono del curso y la incomprensión de algunas actividades, no por ser malas propuestas ni mal planteadas sino por desconocimiento del objetivo a trabajar y por el alejamiento del lenguaje (entre otras cosas, claro).

No hace falta hablar más de la ignorancia del colectivo educador en lo que se refiere a procesos de desarrollo personal, en la poca consciencia de la responsabilidad que tenemos con nuestros alumnos y con nosotros mismos, en la poca formación en general y en la prepotencia que nos caracteriza al defendernos de nuestra ignorancia haciendo como si “ésto ya lo sabemos”. Yo he escrito en este mismo blog sobre el asunto.

Estoy decepcionada con lo que leo en la carta de la traducción de las formulaciones terapéuticas al lenguaje pedagógico. No sé en que comentarios o informaciones se apoya la idea de la necesidad de esa traducción. La justificación o explicación de porqué no se debe “traducir” (aún compartiendo que no hay que traducir nada) me parece pobre, y de un nivel que no corresponde a la categoría de una persona del peso y de la autoridad que tiene Claudio Naranjo entre los educadores que hemos estado en el programa SAT.

Me parece que se da por sentado que los educadores pedimos ésa traducción pero las personas que estamos alrededor de este curso no hemos hecho esta demanda.

Lo que nos interesa es que el programa SAT o cualquier otro tipo de formación despierte en el colectivo educativo una posibilidad de mirar distinto y verse a él mismo y a lo que le rodea (alumnos, familias, y el mundo en general) de una forma más responsable y comprometida.

Yo pienso que la distancia entre las formulaciones terapéuticas y el lenguaje pedagógico, a menudo, es demasiado grande lo que no significa que haya que “traducir” a ningún lenguaje burocratés. Lo que propongo es un acercamiento de los dos “pequeños mundos”, tan grave es cerrarse en el lenguaje terapéutico como en el lenguaje pedagógico y con la base del Amor habrá seguro formas compartidas que no sean necesariamente un acomodamiento en el sitio del educador. Todas las personas nos acercamos al desarrollo personal desde lugares distintos, nos une la motivación para aprender y mejorar pero también hay etapas de miedo y de inseguridad que luego nos llevamos al aula:

Qué problema hay en empezar planteando propuestas a partir de escenas en el aula?

Qué problema hay en hablar de responsabilidad para mejorar y no de culpabilidad por ser como eres?

Me cuesta mucho imaginar que las formulaciones terapéuticas basadas en el Amor no puedan encontrar puntos de encuentro con el lenguaje pedagógico. Se me ocurre pensar que quizás, quienes haya diseñado el curso y las propuestas no les importe si está trabajando con educadores o con otros colectivos y haya poco interés en el acercamiento por acomodamiento a “lo terapéutico”.

Estaría de acuerdo en que según el objetivo a conseguir habrá que acercar o no, adaptar o no los distintos “mundos” y que mejor no generalizar pero en este caso hablamos de un curso concreto y de unas valoraciones concretas.

Un abrazo,

N.B.

Anónimo dijo...

... yo creo que Claudio aprovechó que el Pisuerga pasaba por Badalona para decir cosas que llevaba tiempo con ganas de decir, y no referidas solamente a la problemática con la educación, sino a los males del mundo en general; a los eficacísimos filtros burocráticos y seudocientíficos y ortodoxísimos y etecé etecé con los que él, como cualquiera que señala grietas estructurales severas, ve refrenados sus esfuerzos por hacer luz en medio de tanto caos. Si lo descontextualizas un poco y lo pasas, es un suponer, al terreno de la psicología -donde el concepto mismo de neurosis está siendo expulsado de los conceptos "respetables" para ser sustituido por el muy orondamente burocrático de Trastornos, con su manualito de diagnosis indisolublemente unido-, entenderás lo que quiero decir; y como eso, mil muestras más de lo activamente que se amputan todas y cada una de las propuestas que quieren solamente decir que el Emperador está desnudo!

... que sí, que sí..., pero no se dice desnudo... sino que revestido de su adanidad esencial, y que por triplicado y con el certificado de grado de una universidad católica, qué sé yo...
a mi más me suena a esto que a nada. Y eso seguramente ya lo dijo, qué sé yo, Johnatan Swift en el Gulliver, pero merece ser dicho en cada generación mientras dure la cosa...

me parece a mí...