jueves, 29 de enero de 2009

EN EL PATIO: Un testimonio

Este relato es parte de una colección de testimonios y reflexiones que asistentes a los SAT andaluces de los años 2003 a 2005 quisieron elaborar dos años después del final de aquellos cursos. Lo titularon "Odisea". Me propongo aprovechar algunos de los relatos para transmitir lo que ellos quisieron transmitir: el "sabor" del SAT y el cómo casa eso con el trabajo de los educadores.

Los firmaré con las iniciales, pero, si alguno de vosotros visita este Blog y se reconoce y quiere ver su nombre tal cual, ¡decímelo! Será un placer el daros lo que es vuestro.


Es un día por la mañana en el colegio. Estoy vigilando el recreo en la zona que me ha sido asignada para ese día.
Yo estoy pensando: - ¡que mala pata tocarme recreo con lo bien que estaría ahora sentadito en la sala de profesores! En fin, espero que pase rápido y que no haya muchos problemas...
Los recreos, en general, no son contemplados como momentos educativos, donde ocurren cosas que son importantes y que pueden tener repercusiones educativas. Naturalmente no se ven como un lugar donde los niños se expresan y comunican, sino como momentos de mero esparcimiento y desfogue para que lleguen a clase un poco desahogados. (Para estar de acuerdo con esto vale con imaginar un día de lluvia en que los niños no salen al patio, ¡dios, que suplicio!)
Por lo tanto la aspiración máxima cuando toca vigilar siempre es tener un recreo tranquilo sin muchos problemas, y si los hay, solucionarlos rápidamente o derivarlos a otro sitio o persona.


A lo lejos veo un pequeño grupo de alumn@s arremolinados. - ¡Ofú, pelea! Vamos para allá.
Unas niñas rodeaban a otra (todas de 6º) que lloraba.
Yo percibo ya una primera cosa: no parece que llore con pena sino con rabia.
Bueno, allí no muy lejos, hay un grupo de niños, mas o menos callados y expectantes, que me miran. Yo soy la autoridad que ha llegado. Ellos estudian mis reacciones para ver a qué clase de maestro le ha tocado el asunto: de los que se inhiben, de los que consuelan, de los que castigan rápidamente a diestro y a siniestro, de los que parten a la criatura por la mitad y la culpa queda repartida, etc.
La primera tendencia que tenemos asumida los maestros en los recreos es que siempre hay problemas, caídas, peleas, etc., pero cuanto menos duren mejor.

Así que si un problema se resuelve rápidamente, es un problema bien resuelto puesto que éste ha desaparecido y ya no está.
Cuando me acerco a la niña para comprender lo ocurrido, ésta me explica que uno de los chicos que está allí cerca no deja de importunarla y de meterse con ella.
Yo sigo percibiendo en ella sus gestos, su tono de voz, su mirada, sus movimientos, y confirmo la crispación que había notado al principio.
El chico aludido, que se había enterado de lo que su compañera decía, se aproxima rápidamente haciendo un ejercicio de intrepidez ante sus amigos, para rebatir los argumentos de la otra,

y queriendo parecer gallito y no amedrentado por la presencia del maestro.

Al verlo aproximarse y escuchar lo que me dice, la niña explota y comienza a gritarle diciendo que es un mentiroso, que se calle y que la tiene harta. El chico juega su personaje teatral de pacifico, presentando a la otra como una histérica que no le deja hablar ni decir su versión, a lo que tiene derecho.


Hoy en día los chicos, en general, han aprendido mucho de leyes justicieras y se han convertido en pequeños abogados (como sus padres), reclamándolo todo y exigiendo por todo.
Hoy en día no hay tiempo para el proceso natural de lo que ocurre, para el ritmo propio de cada vivencia: los problemas han de ser resueltos y si me libro de culpa y de responsabilidad mejor.


La niña con la cara crispada, lloraba ya abiertamente de rabia y gritaba al niño llamándole mentiroso y diciéndole que la tenía muy harta.
Yo me observaba viendo lo que a mí me estaba pasando: Por un lado me era muy evidente la necesidad de respetar el tiempo de cabreo de la niña, por otro percibía claramente el juego de engaño y manipulación del pequeño actor, que se presentaba como
victima de la salvaje que vociferaba, y por ultimo, como expliqué antes, mi deseo de tener un recreo tranquilo.
Mientras, los demás niños nos rodeaban divertidos y morbosos, deseando ver como de un momento a otro el maestro haría caer todo el peso de su autoridad ante quien visiblemente era más agresivo, la niña.
Yo intuí que en ese instante no había otra cosa que hacer que respetar el momento de furia y enfado de la niña, que necesitaba desahogarse y soltar por fin todo lo que tenía allí guardado. Por lo tanto, y ante la sorpresa del varón, no regañé, ni censuré, ni anulé a la niña que gritaba. Me convertí en garante de la seguridad física de la situación, impidiendo que nadie se hiciera daño o que la niña en su furia quisiera golpear.
El chico se quejaba censurándome que de mí ,como maestro ,se esperaba que reprimiera aquel
espectáculo tan escandaloso.
Hubiera sido la solución tradicional, intentar matar los ánimos, acallar los gritos, y poner un parte a los 2 por igual y asunto resuelto: 2 que se pelean castigo para los 2 y asunto resuelto.
Yo sentí gran serenidad dentro de mi, gran dominio de la situación, y exigí al alumno que soportara la argumentación y el ánimo de su compañera. Permití y animé a la niña a que continuara desahogándose. En todo momento anduve rápido manejando el espacio y la distancia para impedir agresiones físicas.


La niña no viéndose impedida pudo continuar su vaciado y su queja todo el tiempo que necesitó, y el otro tuvo que soportar el ánimo rabioso que él había logrado provocar en su compañera.
Yo no quise ponerme en plan detective y hacer miles de averiguaciones para ver que porcentaje de culpa tenía cada uno, o quien empezó primero, porque en ese momento no me interesaba enjuiciar. Me pareció mucho mas importante dar lugar y tiempo a las emociones.
Cuando pasó un tiempo (tampoco hizo falta tanto sino que fue suficiente el gesto de permitirlo) la niña se fue calmando, y ya mucho mas reposada pudo hablar de otra manera mas serena.
Curiosamente el niño llevado a un terreno de tiempos que no esperaba, también se mostró más receptivo y honesto, reconociendo que se había pasado un poco con su pesadez. Bueno, aquello siguió un poco y al final no hizo falta más.
Desde lejos ya los vi relacionarse tranquilos mientras continuaban hablando.


Creo que la magia de lo ocurrido consistió en que supe estar despierto para darme cuenta de lo que me ocurría a mi, y para leer lo que ocurría fuera. Creo que fue importante respetar el proceso. Lo que cambió algo en la percepción de aquellos niños fue que se sintieron escuchados en sus emociones.
Cada uno a su manera obtuvo un poco de lo que le hacia falta para poder llegar a otro momento
siguiente: TIEMPO O PERMISO PARA DEJAR QUE LAS COSAS OCURRAN.
Algo de todo esto también lo viví en los SATs: Respetar el proceso y no correr a buscar soluciones o establecer juicios.
El ritmo de las cosas en si mismo tiene un valor y nadie puede asegurar completamente como terminará todo.
La sorpresa también existe.


2 comentarios:

Ander dijo...

te "cojo" un par de frases de tu blog, con osado permiso coronel!

un abrazo.

Neus dijo...

Me es fácil imaginarme la situación y os felicito por la actitud ante "el conflicto" . Qué bueno si los educadores fuéramos tan sensibles a los tiempos que se necesitan para transitar estos estados y empezar a cambiar los hábitos que no funcionan des de hace tiempo!!!
Gracias por el texto!
Neus