lunes, 5 de noviembre de 2007

Saber y Comprender










José Cemí ha escogido este texto.
Su fuente, “Encuentros con hombres notables”, G. Gurdjieff, Edit. Hachette, col. Ghanesa.
Trad. de Natalie de Etievan y Castor S. Goa.



En el último capítulo de su libro, Gurdjieff desde su voz a cierto “Padre Giovanni”, alguien que llegó accidentalmente hasta un monasterio ecuménico, poblado por “cristianos, israelitas, musulmanes, budistas, lamaístas y hasta un chamanista, todos ellos unidos por el Dios Verdad”, y allí se quedó a aprender y a transformarse.


La fe de este Padre impresionó al profesor Skridlov, el compañero de G. ¿Por qué –preguntó al monje- no salía de allí para transmitir a sus compatriotas europeos siquiera la milésima parte de aquella fe tan viva?

He aquí la respuesta, sin adaptaciones, tal cual: a mi modo de ver, el intríngulis de Gurdjieff está tanto en lo que dice como en cómo lo dice.

“- Ay Mi querido profesor, contestó el padre Giovanni, cómo se ve que usted no comprende el psiquismo de los hombres en forma tan perfecta como las cuestiones arqueológicas.

“A los hombres no se les da fé. La fe que nace en el hombre y en él se desarrolla activamente, no es el resultado de un conocimiento automático, fundado en la comprobación de la altura, el ancho, el espesor, la forma o el peso de un objeto determinado, ni tampoco de una percepción por medio de la vista, el oído, el tacto, el olfato o el gusto: es el resultado de la comprensión.

“La comprensión es la esencia de lo que se obtiene a partir de informaciones intencionadamente adquiridas y de experiencias vividas por uno mismo.

“Por ejemplo, si mi propio hermano querido viniera en este momento hacia mí y me suplicara que le diese aunque solo fuera la décima parte de mi comprensión y que yo con todo mi ser quisiera hacerlo, no podría comunicarle ni la milésima parte de esa comprensión por más ardiente que fuese mi deseo, porque él no tiene en sí el saber que yo adquirí , ni las experiencias por las que me fue dado pasar en el curso de mi vida.

“Créame, mi querido profesor, es infinitamente más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, como dicen las Santas escrituras, que transmitir a otros la comprensión que se constituye en nosotros.

“Hace mucho tiempo también pensaba como usted. Hasta quise ser misionero con el fin de enseñar a todos la fe cristiana.

“Quería que por la fe y la enseñanza de Jesucristo todo el mundo fuese tan feliz como yo. Pero querer inocular la fe por medio de palabras es como si se quisiera saciar de pan a alguien con solo mirarlo.

“La comprensión, le dije, resulta del conjunto de las informaciones intencionalmente adquiridas y de las experiencias personales. Mientras que el saber no es sino la memoria automatizada de una suma de palabras aprendidas en cierta secuencia.

“No sólo es imposible, a pesar de todo el deseo que tenga uno, transmitir a otro su propia comprensión interior, constituida en el curso de la vida gracias a los factores que mencioné, sino que existe además, como lo establecí recientemente con varios otros Hermanos de nuestro monasterio, una ley según la cual la calidad de lo que es percibido en el momento de la transmisión depende tanto para el saber como para la comprensión, de la calidad de los datos constituidos en aquel que está hablando.








“Para ayudarlo a comprender cuanto acabo de decir, le citaré precisamente como ejemplo el hecho que suscitó en nosotros el deseo de emprender investigaciones en ese sentido y nos llevó a descubrir esa ley.
“En nuestra cofradía hay dos Hermanos muy viejos: uno se llama Hermano Ajel, el otro Hermano Sez.

“Estos hermanos tomaron la obligación, por voluntad propia, de visitar periódicamente cada uno de los monasterios de nuestra orden y de exponer diversos aspectos de la esencia de la divinidad.

“Nuestra cofradía tiene cuatro monasterios: el nuestro, un segundo en el valle de Pamir, un tercero en el Tibet y el cuarto en la India..

“Los Hermanos Ajel y Sez van pues continuamente de un monasterio al otro y predican con la palabra.

“Vienen aquí una o dos veces por año, y su llegada es considerada en nuestra comunidad como un acontecimiento de la mayor importancia.

“Durante el tiempo que nos consagran, el alma de cada uno de nosotros experimente un éxtasis y una plenitud realmente celestes.

“Los sermones de estos dos Hermanos, que son santos en casi igual grado y que hablan de las mismas verdades, producen n efecto muy diferente en todos nosotros, y particularmente en mí.

“Cuando es el hermano Sez quien habla, uno cree oir el canto de las aves del paraíso. Al oirlo predicar se siente uno conmovido hasta las entrañas y queda como embrujado. Su palabra fluye como el murmullo de un río y no se desea otra cosa e la vida que oir la voz del hermano Sez.

“Cuando es el Hermano Ajel quien predica, su palabra produce una acción casi opuesta. Sin duda debido a la edad, habla mal, con voz ininteligible. Nadie sabe cuantos años tiene. El Hermano Sez es muy viejo, algunos dicen que tiene trescientos años. Pero es todavía un viejo de buena estampa, mientras que el hermano Ajel muestra señales evidentes de su avanzada edad.

“Si los sermones del Hermano Sez producen de súbito una fuerte impresión, en cambio, esta impresión desaparece con el tiempo y, para terminar, no queda absolutamente nada. En cuanto a las palabras del Hermano Ajel, al principio no produce casi impresión alguna. Pero con el tiempo, la esencia misma de su discurso toma una forma más definida y penetra, entera, en el corazón, donde permanece para siempre.

“Impresionados por esta demostración, empezamos a buscar porqué sucedía así, y llegamos a la conclusión unánime de que los sermones del Hermanos Sez sólo surgían de su intelecto y, por consiguiente, no actuaban sino sobre nuestro intelecto, mientras que los sermones del Hermano Ajel venían de su ser y actuaban sobre el nuestro.

“Pues sí, mi querido profesor, el saber y la comprensión son dos cosas completamente distintas. Solo la comprensión puede llevar al ser. El saber, de por sí, no es sino una presencia pasajera: un nuevo saber echa al antiguo y, a fin de cuentas, es solo verter la nada en el vacío.






“Es preciso esforzarse por comprender: solo esto puede llevarnos a Dios.

“Y para poder comprender los fenómenos, conformes o no con las leyes que se producen a nuestro alrededor, ante todo tenemos que percibir y asimilar conscientemente una multitud de informaciones relativas tanto a las verdades objetivas como a los acontecimientos reales que tuvieron lugar en la tierra en el pasado. Además, tenemos que llevar conscientemente dentro de nosotros todos los resultados de nuestras experiencias, voluntarias o involuntarias.”


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