miércoles, 26 de septiembre de 2007

Un paseo por Montaigne





“es el caso que alguien decíame en casa el otro día que habría debido extenderme más sobre el tema de la educación de los niños. (…) en verdad sólo entiendo de esto que la mayor y más importante dificultad del ser humano parece residir en este punto que trata de su formación y educación.
Así como en la agricultura, los trabajos que preceden a la plantación - y la plantación misma- misma son conocidos y fáciles, pero es difícil y costoso cuidar de la planta hasta la recolecta, así con los hombres, que es menester poco esfuerzo para plantarlos, mas una vez que han nacido, se carga uno con una tarea diversa, llena de rabajo y temor para educarlos y formarlos.

(…) a un niño querría que cuidasen de elegirle un guía que tuviese la cabeza bien hecha más que bien repleta, y al que se exigiesen estas dos cosas: antes buenas costumbres y entendimiento que ciencia; y que se condujera en su cargo de una forma nueva.
No dejan de gritarnos, siendo niños y aún mozos, en los oídos como quien vierte por un embudo, y no nos toca sino repetir cuanto nos han dicho. Desearía que corrigiese este aspecto y que empezando con buen pie, de acuerdo con el alcance del espíritu que tiene entre sus manos, empezase a ponerle a prueba haciéndole gustar las cosas, elegirlas y discernirlas por sí mismo; abriéndole camino a veces, dejándoselo abrir otras. No quiero que invente y hable sólo él, quiero que a su vez escuche a su discípulo…”


M. de Montaigne, “Ensayos”, libro I, capítulo XXVI, De la educación de los hijos. Trad. de M. Dolores Picazo y Almudena Montojo.

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